el marino que perdió el mar

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jueves, 25 de agosto de 2011

La isla de los marinos de mierda 3

Volví sobrecogido.
Amanecía entre la bruma. Gama de grises sobrepuestos que equivocaban la claridad.
Salí con mis perros.
Silencio.
Ni un sonido del vecino país. Ni un pájaro, ni ardilla, ni conejo. Incluso los perros caminan callados.
Bordeo el bosque de pinos, robles, eucaliptos, matorrales, silvas, helechos y viñas próximas a parir. Me envuelven los grisis y me humedecen pero no llegan a calarme por la condensación de mi cuerpo.
Y, de pronto, la visión.
El más cercano entre los árboles más alto. Aumentando su frondosidad a medida que gana en altura hasta rematar en una copa tupida. De ella como contraste unas ramas peladas y alargadas parecen rasgar el entorno.
En cada extrremo de esos apéndices desnudos un cuervo. Veinte o más cuervos. Negros. Grandes. En silencio.
Bergman.
Me viene a la cabeza.
Al igual que aquellas imágenes de las películas de África de mi niñez; una bandada de buitres sobre un solitario árbol agardando carne muerta.
Unicamente ladean la cabeza para observarme mejor a medida que me acerco.
No es la representación de la muerte. Es su antesala.
Como si todo parara. El paisaje. Los grises. El agua. El mundo.
Sentí miedo en situaciones límites navegando pero nunca viví una situación previa, un aviso de lo que puede significar el fin.
Piso fuerte para que el sonido de mis pasos rompan el marasmo. Silbo a mis perros y vuelvo asustado a casa.

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