el marino que perdió el mar

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jueves, 16 de agosto de 2012

Desconecto ...

Un relato para Telma

Desconecto la televisión y me quedo a oscuras encima de la cama mirando el techo.
Me siento vacío. Como si fuera un odre lleno de vacío.
Rozo la piel con mis dedos y no siento nada. Como si no existiera el tacto. Como si no fuera yo. Como si lo viese en una pantalla.
Alcanzo el tubo...

La conocí cuando preparaba un libro de relatos.
Me impactó. Desde el primer momento supe que nunca conocería a una mujer como ella. Única. Atractiva. Dinámica. Sensible. A duras penas pude superar la tentación de confesarle, desde el primer momento, que sentía unas ánsias irresistibles de tomarla de los homros, acercarla a mí y besarla. Y decirle. Y decirle que la amaría por siempre.
Casada y con un hijo vivía una vida normal. Yo sabía que no podía interferir en su relación. Por otro lado no me imaginaba que podía pensar de mí. Mucho mayor que ella. Me sentía ridículo solo con pensar en decirle lo que sentía por ella. Cómo reaccionaría?. Temía una mirada de respeto. De sorpresa. Si me atreviera a decirle lo que sentía por ella su desorientación podía hundirme además de alejarla de mi.
Decidí escribir. Escribirle. De forma encubierta. Cobardemente.

En los relatos que le pasaba para su revisión empezé a introducir lugares y situaciones habitualmente comunes para los dos. Citas en la cafetería. Algunas inauguraciones de certámenes culturales... No se si se dió cuenta de mi maniobra aunque me indicó algunas coincidencias entre los relatos y nuestros encuentros.

Cambió de lugar de residencia. Me hundí. Pasé una larga temporada totalmente perdido. No sabía. No me atrevía a conectar con ella.
El tiempo y la vida hizo que nos volvieramos a encontrar. Comenzamos una nueva fase de contactos. Yo me moría por ella.

Otra vez cambiaba de domicilio. No podría resistirlo más. Aunque no hubiera nada entre nosotros saber que estaba cerca me reconfortaba. De noche, en casa, imaginaba que al día siguiente, siempre al día siguiente, le confesaría mi amor.

Un día me armé de valor y le escribí. Le conté todo lo que desde el principio quise y no pude decirle. También le prometí que nunca importunaría su vida, que lo único que pretendía era amarla. Me contestó. Mi corazón se aceleró cuando leí que tambien me quería aunque no fuese libre.

Así comenzó un idilio, un enamoramiento a través de escritos recíprocos. Puede parecer pueril amarse sin verse pero así sucedió.
Empecé a conocer sus gustos más íntimos, sus problemas, sus deseos... Por mi parte siempre le describía mi amor y la manera que influía en mi, en mi manera de vivir y de soñar.

El verano pasado, antes de salir de viaje de vacaciones, me dijo que la esperara, que teníamos tiempo.

A su vuelta comencé de nuevo a escribirle. Solo recibí una respuesta. La noté cariñosa y quizás temerosa.

No he vuelto a saber de ella.

Llevo meses escribiéndole sin respuesta. Bastaría con escuchar sus latidos. Con ver sus ojos una vez más.

Esta mañana no he podido resistir más la incertidumbre y rompiendo mi promesa de no establecer ninguna relación que no fuese por carta a su correo particular llamé al lugar en que trabaja. La respuesta me dejó helado. Hace meses, me dijo una compañera, desapareció sin razón aparente y nunca más supieron de ella.

Igual que un niño que vaga por un campo oscuro así me encuentro.

No sé que hacer.

A quien recurrir.

Le prometí no interferir en su vida.

No quiero indagar. No sería honesto.

Pero sin ella mi vida no tiene sentido. Solo ella. Solamente vivía por ella.

Alcanzo el tubo de pastillas para dormir... mucho.

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