el marino que perdió el mar

el marino que perdió el mar

lunes, 26 de noviembre de 2012

Fue en la década de los 70...

Fue en la década de los 70.

Fui rey por una noche

Guinea española era escala obligada para recoger el marisco que pescaban nuestros barcos. Tanto Santa Isabel de Fernando Poo como Bata eran atraques habituales.

Yo era joven y bastante pardillo

Con motivo de una escala de tres días en el continente, el consignatario nos invitó a una fiesta indígena en el interior. La cosa era prometedora por lo éxotica. Nos dijo que aunque seríamos los únicos blancos no pasaríamos miedo ya que la guardia civil, en caso de altercado, ponía finos a los infractores. Y de verdad, aquella gente temía, imagino con razón, las razzias de los verdes.

Eramos varios. Todos jóvenes y deseosos de una noche en el corazón de África.

Tras varias horas de land rover hacia el interior por unas pistas infames llegamos al destino.

El final del trayecto era un poblado. Un gran poblado sin civilizar. Exclusivamente chozas convergiendo en una gran plaza en donde una construcción, también primitiva pero rectangular y muy grande concitaba la vida social de aquella gente. Había todo tipo de cosas al trueque; ropa, comida, útiles de labranza y caza...

Pero lo mejor estaba por chegar. Aquella gran choza se convirtió en salón de baile y fiesta.

Anochecía cuando comenzó la cosa.

Un baile frenético con varios cantantes acompañados por percusión.

Al poco tiempo de movernos con más o menos ritmo sudábamos a más no poder. Ellos, ellas se reían al vernos casi derrotados. Para beber unicamente había cerveza, o eso decían que era, pero caliente! Alguien tomó cerveza caliente en un ambiente de bochono inaguantable?. De vez en cuando salíamos a respirar a fuera pero el espectáculo era único y pronto volveríamos a Bata.

Todos se movían. Niños, viejos, jóvenes y adultos. Sin parar bailaban una y otra vez una danza que parecía siempre la misma. Se doblaban y meneaban de forma increible y vertiginosa.

Seguramente por indicación de mis amigos, porque yo era el más joven o porque querían divertirse, el caso es que vino una moza negra a ponerme un collar. No me pareció mal hasta que un grupo numeroso de mujeres jóvenes me rodeó haciendo círculo y bailando.

No podía ver nada. Además ellas me hacían bailar o por lo menos moverme. No dejaban de reir y así dutante un buen rato.

Cuando se disolvió el círculo comprobé que no quedaba ninguno de mis compañeros. Salí en su busca pero ni compañeros ni coches, los muy cabrones me habían dejado completamente solo en dios sabe donde de África.

Al entrar de nuevo en la choza noté como entre risas de todos y todas se inclinaban ante mi indicándome el collar, collar de jefe de tribu.

Casi amanecía cuando un indígena me acompañó a una choza, me abrió la puerta de madera, encendió una antorcha y marchó cerrando tras si.

Dentro había un camastro limpio sobre el que me tumbé esperando acontecimientos.

Pasados unos minutos volvió a abrirse la puerta y entró la mujer negra más bonita que recuerdo de mis viajes.

Pasé una noche inolvidable en aquel poblado.

A media mañana, luego de tomar una taza de leche de no se que animal y una especie de torta que nos trajeron a mi pareja y a mí, salí de la choza. Allí estaba un land rover enviado por el consignatario para devolverme a Bata, a mis amigos y al barco pero durante unas horas fui el rey de un poblado africano.

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