el marino que perdió el mar

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lunes, 16 de julio de 2012

Tu y yo...

Tu y yo...
Millones de seres.
Antes y despues de la hecatombe.
Millones de células.
Antes y despues de la nada.
Que extraño es todo esto, amor.
Que extrañas coincidencias tienen que acontecer.
Para que tú y yo.
Somos química.
Química pensante, digo yo.
Quizás sea esa la razón.
A mi yo químico, le faltaba tú yo.
Como un complemento vitamínico.
Me cubres. Me completas. Me haces uno.
Entre millones de seres.
Antes y despues de la hecatombe.
Nada se detiene, nada se detendrá -dice el poeta.
Y añade, para más inri:
Si yo, tú y los mundos y todo lo que existe sobre su superficie o debajo, fuéramos reducidos de nuevo a una pálida nebulosa, a la larga no importaría...
Se equivoca.
Se equivoca el poeta.
A mí si que me importa.
Tú, me importas.
Me importan poco, dos cojones, para enfatizar.
Los mundos fuera de nuestro mundo.
La obra de arte más perfecta.
El naciente más esperanzador.
El ocaso más grandioso.
Por química.
Por lo que sea.
Lo importante eres tú.
Y los críticos, los sumos pontífices de lo divino y lo humano.
Son nada.
Significan menos que el menor de los meteoros en el universo.
Comparados con tú y yo.
Juntos.
Por eso, amor de mi amor.
Deja que vociferen las trompetas de Jericó.
Tú y yo.

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